Cómo me gustaría irme, y qué me gustaría que pasase después

octubre 23, 2022

Hace poco han habido dos muertes en mi entorno cercano. No, no han sido covid: sencillamente, la vejez que llega a su fin. Pero, como soy un melancólico, me ha dado por pensar cómo me gustaría irme, y qué me gustaría que pasase después. 

Yo quiero quedarme seco durmiendo. Nada de largas enfermedades: ¡qué aburrimiento!. Si todo va bien, yo un día diré “buenas noches”, daré un beso a mi mujer y a mi hijo, me pondré a dormir, y bajamos telón. Que salga el Sol y yo ya esté como un Frigopié. 

Que sí, yo quiero ahorrar a los míos ver cómo me apago. Las agonías son para dictadores bananeros y las telenovelas turcas. Además, eso de acabar en un hospital es carísimo. Que no, que yo un día estoy, y al siguiente ya he quedao con el de "Arriba". 

Además, que sea durmiendo. Paso de ser el abuelo que se queda seco durante la comida, y lo intentan reanimar. Ver morir a alguien en directo es muy de película italiana en blanco y negro. El yayo se cae sobre el bol de pasta, Sofía Loren llora. Un drama. 

Asumamos que ya la he palmado. Pasemos a las practicidades. Eso del velatorio es un horror. No tendríamos que llorar la muerte: tendríamos que celebrar la vida (lo sé, la frase es cojonuda, se me acaba de ocurrir, luego se la repito). Total, que mi velatorio sería peculiar. 

En la puerta de la sala del fiambre quiero dos Policías Nacionales de uniforme. Serían actores contratados, claro. Pero, a la que alguien les pregunte qué hacen allí, quiero que digan “Secreto de Estado: hay que asegurarse que el señor no escape”. Sería genial. 

Dentro, yo. Quiero una urna de plexiglás. Que me metan dentro, desnudo. Como si fuese un Ferrero Rocher. Ahora, cubriendo de la urna, me van poniendo pastelitos Pantera Rosa, de forma que quede una estructura como la Naveta des Tudons, pero rosa. Esto tendría reglas: yo estaría ahí, en mi urna como Lenin. Y cada invitado que venga, tiene que coger un pastelito como recuerdo. Así, al ir viniendo gente, se va revelando la urna, y acaba viéndose mi hermoso cuerpo desnudo. Precioso. 

En el suelo de la sala, quiero una tonelada de algas. Me las traen de Tazacorte, de la Playa del Puerto. Que yo ahí "casi" aprendí a nadar. Y le dicen a la gente que, para entrar, se quiten los zapatos. Así pisarían las algas, y la sala olería a mar. Sería una maravilla. 

En la antecámara (sí: yo, como Tutankhamon, quiero antecámara), la comida que me gustaba: pan bimbo con Nocilla. Fajitas según mi receta (que sólo ese día revelaré al mundo) y Fanta de Naranja. Y de postre, magnum almendrado. 

Si es mi despido, quiero hacerlo a mi manera: que la gente venga y diga: “Jafet era exactamente así”. Qué genérico y qué sabor vainilla es un velatorio. Toda la vida intentando ser interesantes, para cagarla en la última escena. Qué bajona oigan. 

En las paredes, pegadas con cinta, quiero fotos de mi vida. Aquí viene otro de mis trucos: quiero que la mitad de las fotos sean reales, pero la otra mitad no. Mi vida es demasiado normal, vamos a jugar con la imaginación de los asistentes.

Yo quiero que alguien que controle coja el Photoshop y prepare estampas ficticias para generar conversación: yo en la cima del Everest. Yo hablando en la ONU. Yo haciendo de acróbata en un circo en Perú. Yo en una trinchera de la Segunda Guerra Mundial. 

Desde mi urna, quiero oír gente decir “no sabía que Jafet hubiese servido en la Guerra, parecía tan joven!”. Y un par de amigos estarían preparados para seguir la broma, y dirían “Ah, estuvo en Normandía, no lo sabías?”. Sería la risa ver las caras de la gente. 

Pasemos al Hall. En los Tanatorios siempre hay la sala del fiambre, la antecámara y el Hall, que es donde coinciden todas las familias. El Hall es ese lugar donde sales cuando estás agotado de tanto drama en las salas interiores. Por tanto, ahí, quiero un mago. 

Pero no una mierda de mago no, uno bueno. Mucha gente lleva a críos a los tanatorios, y me parece una crueldad. Hay que hacer algo por ellos, pobres. Así que me ponen un mago. Y al lado, quiero una especie de Garage Sale: pongan todas mis cosas de valor.

Si al final hemos de ser sólo recuerdos, que al menos sean buenos. Que dirán: este tío está chalado. Pues no, hablo totalmente en serio. Qué triste vivir 80 años para, al final, que te despidan en un santiamén, en un acto soso que no deja ni poso ni recuerdos ni ná.

Llega la hora de la misa. Odio estas misas, las evito siempre que puedo. Están diseñadas para pasarlo mal del comienzo al final. Pero claro, a la mía tendré que ir por narices, así que tengo un plan. En una tienda de artículos para fiestas, compren cojines de pedos. 

Entones, en algunas sillas los ponen, y que no se vean. No se me ocurre nada más barato y efectivo para amenizar un acto de este estilo. Entraría la gente, caería en la broma, y los que entraron antes, mirarían, porque ya ven venir qué pasará. Y se reirían juntos. 

Un problema que tengo es qué hacer con el cuerpo. He leído mucho sobre el tema, y todas las soluciones estándar me parecen mal. ¿Enterrarme? Una leche. Hace frío, y los barnices contaminan que no veas. ¿Incinerarme? Peor. Contamina. Además, hueles a pollo del KFC. Al final, creo que será mejor que donen todos mis órganos, hasta el prepucio, y que sea otro el que lo disfrute.


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